Paz,
sosiego y espiritualidad en un entorno mágico e incomparable.
Un
viaje plácido en el que disfrutaremos del arte, la historia y la
naturaleza. ¿Os apetece?
Entonces nos adentraremos en las tierras de Aragón, a la búsqueda
de los antiguos monasterios de la Orden (concretamente en la
provincia de Zaragoza).
Vamos
a conocer los tres monasterios cistercienses de Aragón: el de
Veruela,
a 15 kilómetros de Tarazona, que se convertirá en Parador de
Turismo en el futuro; el de Nuestra
Señora de Rueda,
a 74 kilómetros de la capital zaragozana, que nos ofrecerá su
singular hospedería para pasar la noche; y el
de Piedra,
a 15 kilómetros de Calatayud, donde nos darán ganas de quedarnos
para siempre cuando veamos su lujoso hotel y sus fabulosos jardines
con cascadas, al abrigo de la naturaleza.
Estos
sitios son sólo un ejemplo de lo que nos espera.
Disfrutemos
pues de la armonía, paz, tranquilidad y naturaleza que se siente y
se vive en estos tres enclaves magníficos y espectaculares...
Real
Monasterio de Santa María de Veruela.
El
Real Monasterio de Santa María de Veruela fue la primera fundación
de la Orden del Cister en el Reino de Aragón, hacia el año 1145,
cuando Don Pedro de Atarés, señor de Borja, dona los terrenos que
ocupará el cenobio y otros aledaños a él, a una comunidad de
monjes cistercienses procedentes de Francia, dependiendo de
L`Escale-Dieu.
Se
halla en un pequeño valle formado por el Río Huecha, cuyo
nacimiento se encuentra muy cerca del monasterio, protegido por la
atenta mirada del mítico Moncayo.
La
fundación del Monasterio de Veruela cuenta con un episodio
legendario:
Cierto
día del año 1141 en que Don Pedro Atares, señor de Borja, se
encontraba de cacería en las inmediaciones del Moncayo, fue
sorprendido por una fuerte tormenta cuando perseguía a un venado.
Temiendo por su vida, imploró la protección de la Virgen María,
quien atendiendo a sus ruegos se le apareció en el cielo, le
protegió del temporal y le hizo entrega de una pequeña imagen suya
depositada sobre una encina. A cambio de su auxilio, la Virgen María
encomendó a Don Pedro levantar en ese mismo lugar un monasterio a
ella dedicado.
Los
monasterios cistercienses solían ubicarse en parajes que propiciasen
la soledad y aislamiento en bosques, valles solitarios y zonas
montañosas, como en este caso, junto al Moncayo.
M. de Veruela con el Moncayo al fondo. |
Era
imprescindible la presencia de agua. Todo el recinto monástico
estaba separado del exterior por un muro, estructura que simbolizaba
y garantizaba en la práctica de la clausura. El punto de
comunicación entre el interior y el exterior lo marca la Torre del
Homenaje, al cargo del portero que tenía allí su celda con una
capilla anexa dedicada a San Bartolomé.
En
el interior del recinto monástico, se encontraban todas las
dependencias indispensables para la vida en comunidad de tal manera
que en ningún momento un monje tuviera la necesidad de tener que
salir de él, siendo éste su hábitat natural.
Un
largo paseo conduce al visitante hacia la fachada de los pies de la
iglesia, de finales del siglo XII y que posee una portada
abocinada de estilo románico.
Dentro
del monasterio el núcleo fundamental era el claustro,
en torno al cual se situaban las principales dependencias siguiendo
una distribución uniforme compartida por muchas casas, De planta
cuadrada, estaba construido por cuatro galerías abiertas hacia un
patio o jardín central. Y que a su vez servían de vía de
comunicación a espacios dedicados a la lectura, la meditación o la
celebración de determinadas ceremonias litúrgicas.
Abierto
al claustro y situado frente al refrectorio se halla el lavabo, del
siglo XVI,
en forma de templete hexagonal de estilo gótico. Fuera del cuadro
monástico, otras dependencias habituales eran la enfermería, el
noviciado, la hospedería así como diferentes ámbitos de variada
ubicación y función dónde desempeñar tareas domésticas o
actividades económicas necesarias para la comunidad: tahona,
molinos, graneros, fragua, talleres, cuadra. etc.
Con
el paso del tiempo, el rigor y la simplicidad que en sus orígenes
caracterizó a la arquitectura cisterciense fue decayendo,
enriqueciéndose los monasterios con las más variadas expresiones
artísticas y arquitectónicas de cada momento.
Claustro del Monasterio de Veruela. |
Lavabo en forma de templete del s. XVI. |
Ya
en el siglo XIX, ante la disolución del antiguo régimen y un
emergente estado liberal laico, se suprimieron la gran mayoría de
los monasterios. Veruela no fue la excepción, la
Desamortización de Mendizábal le llegó en 1835,
quedando abandonado a su suerte, hasta que la Comisión Central de
Monumentos comenzó a ocuparse del conjunto. Vino después la
Compañía de Jesús, que se estableció en el Monasterio y cuidó de
él durante un siglo, años 1877 al 1975, periodo en el cual alcanzó
la condición de Monumento Nacional.
En
1976 la Diputación de Zaragoza tomó a su cargo el Monasterio de
Veruela y desde entonces viene manteniendo un ritmo inversor
permanente en busca, no solo de su conservación y recuperación como
legado monumental, sino también de su implantación como espacio
idóneo para iniciativas culturales que refuercen sus intrínsecos
valores históricos.
En
el antiguo aljibe se ha situado el Museo
del Vino
de la Denominación de Origen Campo de Borja.
El
Espacio Bécquer
dedicado a los hermanos Gustavo Adolfo y Valeriano, que vivieron en
el monasterio entre 1863 y 1864, recoge una muestra de reproducciones
de los textos originales y ediciones de libros del escritor.
Esta
exposición permanente, ubicada en algunas de las celdas del
monasterio nuevo donde residieron, pone al alcance de los visitantes
imágenes y textos de los artistas, junto con otros documentos que
las completan y contextualizan, que muestran el profundo análisis
que llevaron a cabo de la zona del Somontano del Moncayo.
A
la vera del Moncayo
"La
montaña de los gigantes"
Los
más viejos de la comarca aún lo cuentan. Por aquí se dice que
vivía en tiempos remotos un gigante llamado Caco, que atemorizaba a
los pueblos y robaba los ganados de la comarca. Pero sus días de
gloria se acabaron cuando llegó por estos pagos Hércules, que en
uno de sus célebres trabajos debía hacerse con las manzanas del
Santuario de la Virgen del Moncayo jardín de las Hespérides en la
tierra donde moría el sol. Cuando pasaba por los Fayos, donde el
gigante Caco tenía su cueva, cometió la mayor de sus imprudencias y
robó los bueyes a Hércules. Iracundo el griego, midieron sus
descomunales fuerzas, en una batalla a muerte donde Caco finalmente
fue sepultado bajo una enorme piedra. Una piedra que luego se le
llamó Moncayo, es decir, Mons Caius, o Monte de Caco.
Montaña legendaria donde las haya, visible desde medio Aragón y toda Soria, el Moncayo ha sido loado por poetas, descrita por escritores y pensadores, y refugio de viajeros y curiosos.
El Castillo de Trasmóz. |
De
Trasmóz a Veruela: cuentos de brujas y románticos relatos:
La sombra del Moncayo derrama sobre Trasmoz algunas de las leyendas más oscuras y tenebrosas de todo Aragón. En la provincia de Zaragoza se halla este pueblo que inspiró incluso al gran Gustavo Adolfo Bécquer para algunos de sus mejores relatos.Se dice que sus recovecos esconden seres de otro mundo, que las fuerzas sobrenaturales se adueñan del pueblo a la medianoche y que las brujas lo han tomado siempre como referencia para celebrar sus aquelarres. La sugestión hace el resto porque al visitar esta villa y comenzar a desaparecer las últimas luces del día parece que se te empieza a helar la sangre, sobre todo si todavía te encuentras lejos de algún refugio.
Manuel Jalón, que es en la actualidad el propietario del castillo que se recorta en el horizonte de Trasmoz, es también autor de un libro titulado “Leyenda negra de Trasmoz” donde se compilan los mejores misterios de este pueblo del Moncayo.
El
castillo de Trasmoz y el monasterio de Santa María de Veruela son
parte inexcusable de esta ruta.
Del primero se cuenta que fue construido por el mago Mutamín, que
tras pacto con el diablo, levantó sus muros en una sola noche. Más
realista es la historia que atribuye al sacristán de Tarazona Blasco
Pérez la fabricación de moneda falsa entre sus muros, y para
protegerse de las miradas curiosas, divulgo todo tipo de historias
terroríficas sobre encantamientos y brujas. No obstante, está bien
documentada la historia de varias brujas que habitaron el pueblo,
mujeres que maldecían, y echaban mal de ojo, a quienes se les
atribuían las desgracias en las cosechas, plagas y enfermedades. La
más famosa, quizá por ser la última de la que se tienen noticias,
fue
la Tía Casca que
fue despeñada por el pueblo en el año 1850 acusada de brujería. Se
decía de ella que tenía el cabello enmarañado a jirones, y se le
enroscaba alrededor del rostro.
En
una de sus celebres cartas, Gustado Adolfo Bécquer
aseguraba que el barranco donde fue arrojada estaba hechizado y
convenía no seguir la senda que conducía hasta él pues su alma
erraba en pena y no era querida ni por Dios ni por el Diablo. Antes
de este episodio el poeta andaluz confirma la celebración en el
castillo de Trasmoz de conciliábulos de brujas, preferentemente los
sábados de madrugada se reunían para volar con sus escobas y
prácticar ritos perversos. La imaginación popular no tenía
límites, y se decía de ellas que sacrificaban a niños recién
nacidos para prolongar su jovialidad y retrasar su envejecimiento, o
que disfrutaban provocando tormentas, esterilizando jóvenes parejas
o anegando los campos de langostas.
Otra curiosa historia recogida en la octava carta de Veruela, nos cuenta el intento del párroco Mosén Gil el limosnero de exorcizar el lugar y así expulsar a las brujas de Trasmoz, y que por desgracia no fructificó por la respuesta de estas a través de los encantos de su sobrina Dorotea, también bruja. En tiempos aún más recientes se habla de la existencia de otra bruja llamada Galga, y de su hija, de la que incluso se conserva una fotografía que podía verse en el clausurado museo de la brujería.
Otra curiosa historia recogida en la octava carta de Veruela, nos cuenta el intento del párroco Mosén Gil el limosnero de exorcizar el lugar y así expulsar a las brujas de Trasmoz, y que por desgracia no fructificó por la respuesta de estas a través de los encantos de su sobrina Dorotea, también bruja. En tiempos aún más recientes se habla de la existencia de otra bruja llamada Galga, y de su hija, de la que incluso se conserva una fotografía que podía verse en el clausurado museo de la brujería.
Muy
cerca de Trasmoz está el
monasterio cisterciense de Veruela.
No hace falta ser un místico o un romántico, para apreciar la
soledad de este lugar, llamado sin duda al retiro espiritual y a la
meditación. Junto a
la cruz negra
situada en su entrada, al lado de la carretera, el bueno de Bécquer
esperaba la prensa de Madrid tal y como él mismo relata en una de
sus Cartas desde mi Celda:
Todas
las tardes, y cuando el sol comienza a caer, salgo al camino que pasa
por delante de las puertas del monasterio, para aguardar al conductor
de la correspondencia, que me trae los periódicos de Madrid. Frente
al arco que da entrada al primer recinto de la abadía se extiende
una larga alameda de chopos tan altos que, cuando agita sus ramas el
viento de la tarde, sus copas se unen y forman una inmensa bóveda de
verdura…
La cruz negra de Veruela. |
Como
a la mitad de esta alameda deliciosa, y en un punto en que varios
olmos dibujan un círculo pequeño enlazando entre sí sus espesas
ramas, que recuerdan, al tocarse en la altura, la cúpula de un
santuario, sobre una escalinata formada de grandes sillares de
granito por entre cuyas hendiduras nacen y se enroscan los tallos de
las flores trepadoras, se levanta gentil, artística y alta, casi
como los árboles, una cruz de mármol que, merced a su color, es
conocida en estas cercanías por la Cruz Negra de Veruela.
Nada
más hermosamente sombrío que este lugar. Por un extremo del camino
limita la vista el monasterio, con sus arcos ojivales, sus torres
puntiagudas y sus muros almenados e imponentes; por el otro las
ruinas de una pequeña ermita situada al pie de una eminencia
sembrada de tomillos y romeros en flor. Allí, sentado al pie de la
Cruz, y teniendo en las manos un libro que casi nunca leo, y que
muchas veces dejo olvidado en las gradas de piedra, estoy una y dos y
a veces hasta cuatro horas aguardando el periódico. De cuando en
cuando veo atravesar a lo lejos una de esas figuras aisladas que se
colocan en un paisaje para hacer sentir mejor la soledad del sitio.”
La
chopera que conduce a la fachada occidental del monasterio sigue
siendo hoy tan encantadora como entonces. El origen de la leyenda de
su fundación está como en otros cenobios, en una milagrosa
aparición mariana, esta vez al señor de la comarca Pedro Atarés.
En la carretera que lleva a Alcalá del Moncayo se levanta un
templete que marca el lugar exacto de la aparición de la Virgen
sobre un roble (árbol sagrado para los celtas). El
tiempo en este monasterio pasa mucho más despacio que fuera.
La pureza y sencillez de sus dependencias. Monasterio de Santa María
de Veruelaas nos recuerda a otros cenobios del Cister, como Santes
Creus o Santa María de Huerta. Quizás haya algo en Veruela que
invita más al recogimiento que aquellos, especialmente en su
iglesia, bastante más oscura que los monasterios mencionados. Aquí
escribió Gustavo Adolfo sus Cartas desde mi Celda,
algunas de ellas ambientadas en historias y folklore de la comarca, y
también algunas de sus leyendas, como la del Monte de las Ánimas,
el Gnomo o La Corza Blanca y que recomiendo que las leais.. Entre los
muros de Veruela se ha habilitado un museo dedicado al poeta
sevillano, recientemente un museo del vino que en estas tierras tiene
justificada fama, y en breve abrirá sus puertas un moderno parador.
Pero
la espiritualidad cisterciense y el recuerdo de Bécquer es y seguirá
siendo el polo de atracción del monasterio,
más aún si cabe en estos agitados tiempos donde necesitamos buscar
un momento de calma en nuestro devenir cotidiano. Cualquier rincón
puede ser bueno para sentarse, abrir las páginas de la obra del
poeta y transportarnos en el tiempo a los románticos y mágicos
paisajes de las faldas del Moncayo..
El
Santuario y el Parque Natural del Moncayo
Omnipresente
en toda nuestra ruta, dejamos para el final nuestro acercamiento al
Moncayo, la montaña sin la cual no se comprendería todo lo demás.
Aquí comenzaba la Celtiberia que describían Plinio y Estrabón, y
en días claros sus perfiles se observan desde tierras de Segovia, el
Pirineo aragonés y desde la ciudad de Zaragoza. El poeta latino
Marcial lo denominó por primera vez Mons Caius, término que haría
alusión a la caperuza blanca que suele lucir durante buena parte del
año.
Su privilegiada situación, aislada frente a la depresión del Ebro y a espaldas de la meseta castellana, le ha proporcionado una gran variedad de ecosistemas. Como si de una escalera biológica se tratase, se suceden los pisos vegetales en una lección muy didáctica de la naturaleza, pasando del clima mediterráneo al Hayedo del Moncayo eurosiberiano en pocos kilómetros. El pie de monte está dominado por encinares y alcornocales, seguido un poco más arriba de los rebollares que en Otoño tiñen el paisaje de ocres y amarillos. Las laderas orientadas al norte y noreste son las más propicias para las hayas; a diferencia de los de Tejera Negra o de Montejo, los hayedos del Moncayo forman verdaderos bosques de grandes ejemplares. En verano resulta muy reconfortante cobijarse bajo su sombra, que casi siempre albergan un resquicio de humedad. Por encima del bosque de hayas aparecen los pinos, y más arriba los prados y roquedales son los únicos protagonistas de las cumbres y circos glaciares. Podemos obtener toda la información sobre flora y fauna del parque en el centro de interpretación Dehesa del Moncayo, situado en Agromonte, en la carretera de subida al Santuario de la Virgen. Conducir por esta carretera es una de las experiencias más reconfortantes para los amantes de la naturaleza, y conviene tomársela con calma, disfrutando de cada rincón. Se han habilitado algunas áreas recreativas en la zona del hayedo que en los días soleados, son una invitación a la comida campestre y el esparcimiento. Conviene dejar el coche en el último aparcamiento asfaltado, antes de que el asfalto deje paso a la tierra; desde aquí sólo resta un kilómetro hasta el Santuario, y las vistas que se dominan del pie de monte son sencillamente fabulosas. La ermita de la Virgen del Moncayo o de la Peña Negra, fue donada por el obispado de Tarazona al monasterio de Veruela allá en el siglo XIII para que albergara la imagen y proteger a los devotos que subían hasta ella. En el siglo XVI se hizo oficial la romería que todavía hoy perdura. Junto a la ermita, muy transformada, se ha levantado un edificio no demasiado integrado que alberga un restaurante y un albergue-refugio (1610 metros.). Desde aquí se pueden emprender varias rutas de senderismo, aunque sin duda la más popular es la que asciende hasta la misma cumbre del Moncayo, y que esta muy bien señalizada. Durante la primera hora se retuerce entre un pinar bastante castigado por vientos y temporales, hasta que sale a la hoya de El Cucharon o Circo de San Miguel. Este es el principal circo que los hielos dejaron en la montaña. En este punto el bosque desaparece, y el camino remonta por unas de las morrenas del circo hasta alcanzar la divisoria (1 horas más), desde la que sólo tenemos 30 minutos a la cumbre.
Si
prefieres un ascenso más tendido, y probablemente más silencioso,
le recomendamos la ruta que parte desde la vertiente soriana (Cueva
de Ágreda). La panorámica que se domina desde su cumbre es
indescriptible, y sirven para explicar la magia que siempre ha
inspirado esta cumbre. Nos vienen a la cabeza muchas cosas sentados
aquí en la cima, pero quizás con mayor claridad las palabras
de Azorín sirvan
para explicar nuestro estado de ánimo:
“Se respira en el ambiente de España una fuerza, un ímpetu, una
claridad, que hacen inconfundible su paisaje con paisaje alguno"…Su privilegiada situación, aislada frente a la depresión del Ebro y a espaldas de la meseta castellana, le ha proporcionado una gran variedad de ecosistemas. Como si de una escalera biológica se tratase, se suceden los pisos vegetales en una lección muy didáctica de la naturaleza, pasando del clima mediterráneo al Hayedo del Moncayo eurosiberiano en pocos kilómetros. El pie de monte está dominado por encinares y alcornocales, seguido un poco más arriba de los rebollares que en Otoño tiñen el paisaje de ocres y amarillos. Las laderas orientadas al norte y noreste son las más propicias para las hayas; a diferencia de los de Tejera Negra o de Montejo, los hayedos del Moncayo forman verdaderos bosques de grandes ejemplares. En verano resulta muy reconfortante cobijarse bajo su sombra, que casi siempre albergan un resquicio de humedad. Por encima del bosque de hayas aparecen los pinos, y más arriba los prados y roquedales son los únicos protagonistas de las cumbres y circos glaciares. Podemos obtener toda la información sobre flora y fauna del parque en el centro de interpretación Dehesa del Moncayo, situado en Agromonte, en la carretera de subida al Santuario de la Virgen. Conducir por esta carretera es una de las experiencias más reconfortantes para los amantes de la naturaleza, y conviene tomársela con calma, disfrutando de cada rincón. Se han habilitado algunas áreas recreativas en la zona del hayedo que en los días soleados, son una invitación a la comida campestre y el esparcimiento. Conviene dejar el coche en el último aparcamiento asfaltado, antes de que el asfalto deje paso a la tierra; desde aquí sólo resta un kilómetro hasta el Santuario, y las vistas que se dominan del pie de monte son sencillamente fabulosas. La ermita de la Virgen del Moncayo o de la Peña Negra, fue donada por el obispado de Tarazona al monasterio de Veruela allá en el siglo XIII para que albergara la imagen y proteger a los devotos que subían hasta ella. En el siglo XVI se hizo oficial la romería que todavía hoy perdura. Junto a la ermita, muy transformada, se ha levantado un edificio no demasiado integrado que alberga un restaurante y un albergue-refugio (1610 metros.). Desde aquí se pueden emprender varias rutas de senderismo, aunque sin duda la más popular es la que asciende hasta la misma cumbre del Moncayo, y que esta muy bien señalizada. Durante la primera hora se retuerce entre un pinar bastante castigado por vientos y temporales, hasta que sale a la hoya de El Cucharon o Circo de San Miguel. Este es el principal circo que los hielos dejaron en la montaña. En este punto el bosque desaparece, y el camino remonta por unas de las morrenas del circo hasta alcanzar la divisoria (1 horas más), desde la que sólo tenemos 30 minutos a la cumbre.