jueves, 28 de agosto de 2014

RUTA DEL CÍSTER POR ARAGÓN: EL MONASTERIO DE VERUELA.



Paz, sosiego y espiritualidad en un entorno mágico e incomparable.
Un viaje plácido en el que disfrutaremos del arte, la historia y la naturaleza. ¿Os apetece? Entonces nos adentraremos en las tierras de Aragón, a la búsqueda de los antiguos monasterios de la Orden (concretamente en la provincia de Zaragoza).
Vamos a conocer los tres monasterios cistercienses de Aragón: el de Veruela, a 15 kilómetros de Tarazona, que se convertirá en Parador de Turismo en el futuro; el de Nuestra Señora de Rueda, a 74 kilómetros de la capital zaragozana, que nos ofrecerá su singular hospedería para pasar la noche; y el de Piedra, a 15 kilómetros de Calatayud, donde nos darán ganas de quedarnos para siempre cuando veamos su lujoso hotel y sus fabulosos jardines con cascadas, al abrigo de la naturaleza.
Estos sitios son sólo un ejemplo de lo que nos espera.
Disfrutemos pues de la armonía, paz, tranquilidad y naturaleza que se siente y se vive en estos tres enclaves magníficos y espectaculares...
Los monasterios de la Orden del Císter en Aragón.


Entrada al Mpnasterio por la alameda.

Real Monasterio de Santa María de Veruela.

El Real Monasterio de Santa María de Veruela fue la primera fundación de la Orden del Cister en el Reino de Aragón, hacia el año 1145, cuando Don Pedro de Atarés, señor de Borja, dona los terrenos que ocupará el cenobio y otros aledaños a él, a una comunidad de monjes cistercienses procedentes de Francia, dependiendo de L`Escale-Dieu.
Se halla en un pequeño valle formado por el Río Huecha, cuyo nacimiento se encuentra muy cerca del monasterio, protegido por la atenta mirada del mítico Moncayo.
La fundación del Monasterio de Veruela cuenta con un episodio legendario:
Cierto día del año 1141 en que Don Pedro Atares, señor de Borja, se encontraba de cacería en las inmediaciones del Moncayo, fue sorprendido por una fuerte tormenta cuando perseguía a un venado. Temiendo por su vida, imploró la protección de la Virgen María, quien atendiendo a sus ruegos se le apareció en el cielo, le protegió del temporal y le hizo entrega de una pequeña imagen suya depositada sobre una encina. A cambio de su auxilio, la Virgen María encomendó a Don Pedro levantar en ese mismo lugar un monasterio a ella dedicado.

Los monasterios cistercienses solían ubicarse en parajes que propiciasen la soledad y aislamiento en bosques, valles solitarios y zonas montañosas, como en este caso, junto al Moncayo.
M. de Veruela con el Moncayo al fondo.

Era imprescindible la presencia de agua. Todo el recinto monástico estaba separado del exterior por un muro, estructura que simbolizaba y garantizaba en la práctica de la clausura. El punto de comunicación entre el interior y el exterior lo marca la Torre del Homenaje, al cargo del portero que tenía allí su celda con una capilla anexa dedicada a San Bartolomé.
En el interior del recinto monástico, se encontraban todas las dependencias indispensables para la vida en comunidad de tal manera que en ningún momento un monje tuviera la necesidad de tener que salir de él, siendo éste su hábitat natural.
Un largo paseo conduce al visitante hacia la fachada de los pies de la iglesia, de finales del siglo XII y que posee una portada abocinada de estilo románico.
Dentro del monasterio el núcleo fundamental era el claustro, en torno al cual se situaban las principales dependencias siguiendo una distribución uniforme compartida por muchas casas, De planta cuadrada, estaba construido por cuatro galerías abiertas hacia un patio o jardín central. Y que a su vez servían de vía de comunicación a espacios dedicados a la lectura, la meditación o la celebración de determinadas ceremonias litúrgicas.
Abierto al claustro y situado frente al refrectorio se halla el lavabo, del siglo XVI, en forma de templete hexagonal de estilo gótico. Fuera del cuadro monástico, otras dependencias habituales eran la enfermería, el noviciado, la hospedería así como diferentes ámbitos de variada ubicación y función dónde desempeñar tareas domésticas o actividades económicas necesarias para la comunidad: tahona, molinos, graneros, fragua, talleres, cuadra. etc.
Claustro del Monasterio de Veruela.
Lavabo en forma de templete del s. XVI.
Con el paso del tiempo, el rigor y la simplicidad que en sus orígenes caracterizó a la arquitectura cisterciense fue decayendo, enriqueciéndose los monasterios con las más variadas expresiones artísticas y arquitectónicas de cada momento.
Ya en el siglo XIX, ante la disolución del antiguo régimen y un emergente estado liberal laico, se suprimieron la gran mayoría de los monasterios. Veruela no fue la excepción, la Desamortización de Mendizábal le llegó en 1835, quedando abandonado a su suerte, hasta que la Comisión Central de Monumentos comenzó a ocuparse del conjunto. Vino después la Compañía de Jesús, que se estableció en el Monasterio y cuidó de él durante un siglo, años 1877 al 1975, periodo en el cual alcanzó la condición de Monumento Nacional.
En 1976 la Diputación de Zaragoza tomó a su cargo el Monasterio de Veruela y desde entonces viene manteniendo un ritmo inversor permanente en busca, no solo de su conservación y recuperación como legado monumental, sino también de su implantación como espacio idóneo para iniciativas culturales que refuercen sus intrínsecos valores históricos.
En el antiguo aljibe se ha situado el Museo del Vino de la Denominación de Origen Campo de Borja.
El Espacio Bécquer dedicado a los hermanos Gustavo Adolfo y Valeriano, que vivieron en el monasterio entre 1863 y 1864, recoge una muestra de reproducciones de los textos originales y ediciones de libros del escritor.
Esta exposición permanente, ubicada en algunas de las celdas del monasterio nuevo donde residieron, pone al alcance de los visitantes imágenes y textos de los artistas, junto con otros documentos que las completan y contextualizan, que muestran el profundo análisis que llevaron a cabo de la zona del Somontano del Moncayo.


A la vera del Moncayo

"La montaña de los gigantes"
Los más viejos de la comarca aún lo cuentan. Por aquí se dice que vivía en tiempos remotos un gigante llamado Caco, que atemorizaba a los pueblos y robaba los ganados de la comarca. Pero sus días de gloria se acabaron cuando llegó por estos pagos Hércules, que en uno de sus célebres trabajos debía hacerse con las manzanas del Santuario de la Virgen del Moncayo jardín de las Hespérides en la tierra donde moría el sol. Cuando pasaba por los Fayos, donde el gigante Caco tenía su cueva, cometió la mayor de sus imprudencias y robó los bueyes a Hércules. Iracundo el griego, midieron sus descomunales fuerzas, en una batalla a muerte donde Caco finalmente fue sepultado bajo una enorme piedra. Una piedra que luego se le llamó Moncayo, es decir, Mons Caius, o Monte de Caco.


Montaña legendaria donde las haya, visible desde medio Aragón y toda Soria, el Moncayo ha sido loado por poetas, descrita por escritores y pensadores, y refugio de viajeros y curiosos.


El Castillo de Trasmóz.

De Trasmóz a Veruela: cuentos de brujas y románticos relatos:

La sombra del Moncayo derrama sobre Trasmoz algunas de las leyendas más oscuras y tenebrosas de todo Aragón. En la provincia de Zaragoza se halla este pueblo que inspiró incluso al gran Gustavo Adolfo Bécquer para algunos de sus mejores relatos.

Se dice que sus recovecos esconden seres de otro mundo, que las fuerzas sobrenaturales se adueñan del pueblo a la medianoche y que las brujas lo han tomado siempre como referencia para celebrar sus aquelarres. La sugestión hace el resto porque al visitar esta villa y comenzar a desaparecer las últimas luces del día parece que se te empieza a helar la sangre, sobre todo si todavía te encuentras lejos de algún refugio.

Manuel Jalón, que es en la actualidad el propietario del castillo que se recorta en el horizonte de Trasmoz, es también autor de un libro titulado “Leyenda negra de Trasmoz” donde se compilan los mejores misterios de este pueblo del Moncayo.



El castillo de Trasmoz y el monasterio de Santa María de Veruela son parte inexcusable de esta ruta. Del primero se cuenta que fue construido por el mago Mutamín, que tras pacto con el diablo, levantó sus muros en una sola noche. Más realista es la historia que atribuye al sacristán de Tarazona Blasco Pérez la fabricación de moneda falsa entre sus muros, y para protegerse de las miradas curiosas, divulgo todo tipo de historias terroríficas sobre encantamientos y brujas. No obstante, está bien documentada la historia de varias brujas que habitaron el pueblo, mujeres que maldecían, y echaban mal de ojo, a quienes se les atribuían las desgracias en las cosechas, plagas y enfermedades. La más famosa, quizá por ser la última de la que se tienen noticias, fue la Tía Casca que fue despeñada por el pueblo en el año 1850 acusada de brujería. Se decía de ella que tenía el cabello enmarañado a jirones, y se le enroscaba alrededor del rostro.
En una de sus celebres cartas, Gustado Adolfo Bécquer aseguraba que el barranco donde fue arrojada estaba hechizado y convenía no seguir la senda que conducía hasta él pues su alma erraba en pena y no era querida ni por Dios ni por el Diablo. Antes de este episodio el poeta andaluz confirma la celebración en el castillo de Trasmoz de conciliábulos de brujas, preferentemente los sábados de madrugada se reunían para volar con sus escobas y prácticar ritos perversos. La imaginación popular no tenía límites, y se decía de ellas que sacrificaban a niños recién nacidos para prolongar su jovialidad y retrasar su envejecimiento, o que disfrutaban provocando tormentas, esterilizando jóvenes parejas o anegando los campos de langostas.


Otra curiosa historia recogida en la octava carta de Veruela, nos cuenta el intento del párroco Mosén Gil el limosnero de exorcizar el lugar y así expulsar a las brujas de Trasmoz, y que por desgracia no fructificó por la respuesta de estas a través de los encantos de su sobrina Dorotea, también bruja. En tiempos aún más recientes se habla de la existencia de otra bruja llamada Galga, y de su hija, de la que incluso se conserva una fotografía que podía verse en el clausurado museo de la brujería.

Muy cerca de Trasmoz está el monasterio cisterciense de Veruela. No hace falta ser un místico o un romántico, para apreciar la soledad de este lugar, llamado sin duda al retiro espiritual y a la meditación. Junto a la cruz negra situada en su entrada, al lado de la carretera, el bueno de Bécquer esperaba la prensa de Madrid tal y como él mismo relata en una de sus Cartas desde mi Celda:


La cruz negra de Veruela.
Todas las tardes, y cuando el sol comienza a caer, salgo al camino que pasa por delante de las puertas del monasterio, para aguardar al conductor de la correspondencia, que me trae los periódicos de Madrid. Frente al arco que da entrada al primer recinto de la abadía se extiende una larga alameda de chopos tan altos que, cuando agita sus ramas el viento de la tarde, sus copas se unen y forman una inmensa bóveda de verdura…
Como a la mitad de esta alameda deliciosa, y en un punto en que varios olmos dibujan un círculo pequeño enlazando entre sí sus espesas ramas, que recuerdan, al tocarse en la altura, la cúpula de un santuario, sobre una escalinata formada de grandes sillares de granito por entre cuyas hendiduras nacen y se enroscan los tallos de las flores trepadoras, se levanta gentil, artística y alta, casi como los árboles, una cruz de mármol que, merced a su color, es conocida en estas cercanías por la Cruz Negra de Veruela.
Nada más hermosamente sombrío que este lugar. Por un extremo del camino limita la vista el monasterio, con sus arcos ojivales, sus torres puntiagudas y sus muros almenados e imponentes; por el otro las ruinas de una pequeña ermita situada al pie de una eminencia sembrada de tomillos y romeros en flor. Allí, sentado al pie de la Cruz, y teniendo en las manos un libro que casi nunca leo, y que muchas veces dejo olvidado en las gradas de piedra, estoy una y dos y a veces hasta cuatro horas aguardando el periódico. De cuando en cuando veo atravesar a lo lejos una de esas figuras aisladas que se colocan en un paisaje para hacer sentir mejor la soledad del sitio.”

La chopera que conduce a la fachada occidental del monasterio sigue siendo hoy tan encantadora como entonces. El origen de la leyenda de su fundación está como en otros cenobios, en una milagrosa aparición mariana, esta vez al señor de la comarca Pedro Atarés. En la carretera que lleva a Alcalá del Moncayo se levanta un templete que marca el lugar exacto de la aparición de la Virgen sobre un roble (árbol sagrado para los celtas). El tiempo en este monasterio pasa mucho más despacio que fuera. La pureza y sencillez de sus dependencias. Monasterio de Santa María de Veruelaas nos recuerda a otros cenobios del Cister, como Santes Creus o Santa María de Huerta. Quizás haya algo en Veruela que invita más al recogimiento que aquellos, especialmente en su iglesia, bastante más oscura que los monasterios mencionados. Aquí escribió Gustavo Adolfo sus Cartas desde mi Celda, algunas de ellas ambientadas en historias y folklore de la comarca, y también algunas de sus leyendas, como la del Monte de las Ánimas, el Gnomo o La Corza Blanca y que recomiendo que las leais.. Entre los muros de Veruela se ha habilitado un museo dedicado al poeta sevillano, recientemente un museo del vino que en estas tierras tiene justificada fama, y en breve abrirá sus puertas un moderno parador.
Pero la espiritualidad cisterciense y el recuerdo de Bécquer es y seguirá siendo el polo de atracción del monasterio, más aún si cabe en estos agitados tiempos donde necesitamos buscar un momento de calma en nuestro devenir cotidiano. Cualquier rincón puede ser bueno para sentarse, abrir las páginas de la obra del poeta y transportarnos en el tiempo a los románticos y mágicos paisajes de las faldas del Moncayo..







El Santuario y el Parque Natural del Moncayo

Omnipresente en toda nuestra ruta, dejamos para el final nuestro acercamiento al Moncayo, la montaña sin la cual no se comprendería todo lo demás. Aquí comenzaba la Celtiberia que describían Plinio y Estrabón, y en días claros sus perfiles se observan desde tierras de Segovia, el Pirineo aragonés y desde la ciudad de Zaragoza. El poeta latino Marcial lo denominó por primera vez Mons Caius, término que haría alusión a la caperuza blanca que suele lucir durante buena parte del año. 



Su privilegiada situación, aislada frente a la depresión del Ebro y a espaldas de la meseta castellana, le ha proporcionado una gran variedad de ecosistemas. Como si de una escalera biológica se tratase, se suceden los pisos vegetales en una lección muy didáctica de la naturaleza, pasando del clima mediterráneo al Hayedo del Moncayo eurosiberiano en pocos kilómetros. El pie de monte está dominado por encinares y alcornocales, seguido un poco más arriba de los rebollares que en Otoño tiñen el paisaje de ocres y amarillos. Las laderas orientadas al norte y noreste son las más propicias para las hayas; a diferencia de los de Tejera Negra o de Montejo, los hayedos del Moncayo forman verdaderos bosques de grandes ejemplares. En verano resulta muy reconfortante cobijarse bajo su sombra, que casi siempre albergan un resquicio de humedad. Por encima del bosque de hayas aparecen los pinos, y más arriba los prados y roquedales son los únicos protagonistas de las cumbres y circos glaciares. Podemos obtener toda la información sobre flora y fauna del parque en el centro de interpretación Dehesa del Moncayo, situado en Agromonte, en la carretera de subida al Santuario de la Virgen. Conducir por esta carretera es una de las experiencias más reconfortantes para los amantes de la naturaleza, y conviene tomársela con calma, disfrutando de cada rincón. Se han habilitado algunas áreas recreativas en la zona del hayedo que en los días soleados, son una invitación a la comida campestre y el esparcimiento. Conviene dejar el coche en el último aparcamiento asfaltado, antes de que el asfalto deje paso a la tierra; desde aquí sólo resta un kilómetro hasta el Santuario, y las vistas que se dominan del pie de monte son sencillamente fabulosas. La ermita de la Virgen del Moncayo o de la Peña Negra, fue donada por el obispado de Tarazona al monasterio de Veruela allá en el siglo XIII para que albergara la imagen y proteger a los devotos que subían hasta ella. En el siglo XVI se hizo oficial la romería que todavía hoy perdura. Junto a la ermita, muy transformada, se ha levantado un edificio no demasiado integrado que alberga un restaurante y un albergue-refugio (1610 metros.). Desde aquí se pueden emprender varias rutas de senderismo, aunque sin duda la más popular es la que asciende hasta la misma cumbre del Moncayo, y que esta muy bien señalizada. Durante la primera hora se retuerce entre un pinar bastante castigado por vientos y temporales, hasta que sale a la hoya de El Cucharon o Circo de San Miguel. Este es el principal circo que los hielos dejaron en la montaña. En este punto el bosque desaparece, y el camino remonta por unas de las morrenas del circo hasta alcanzar la divisoria (1 horas más), desde la que sólo tenemos 30 minutos a la cumbre.

Si prefieres un ascenso más tendido, y probablemente más silencioso, le recomendamos la ruta que parte desde la vertiente soriana (Cueva de Ágreda). La panorámica que se domina desde su cumbre es indescriptible, y sirven para explicar la magia que siempre ha inspirado esta cumbre. Nos vienen a la cabeza muchas cosas sentados aquí en la cima, pero quizás con mayor claridad las palabras de Azorín sirvan para explicar nuestro estado de ánimo: “Se respira en el ambiente de España una fuerza, un ímpetu, una claridad, que hacen inconfundible su paisaje con paisaje alguno"…

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